¿Pero qué es un buen modelo de conducta?
“Merlí” y “Rita”, dos ficciones sobre maestros y discípulos que ensayan sus respuestas al viejo problema de la transmisión de conocimiento.
La idea de un profesor de filosofía descuidado, algo anarquista y anti institucional seguramente no es nueva en cine y televisión. El problema de la transmisión del conocimiento es tan viejo como la filosofía misma después de todo. Eso es lo malo de la filosofía, sus preguntas siguen sin contestar. Eso es lo bueno de la filosofía, sus preguntas siguen vigentes. Nada hace pensar por otra parte que alguna vez dejarán de estarlo. ¿Quiénes somos, de dónde venimos, a dónde vamos? ¡Pero a quién se le ocurre venir con estas cosas!
La novedad para nosotros es que esta vez estas preguntas se hacen en catalán. Se trata de Merlí. Ese es el curioso nombre del profesor y de la serie. Cincuentón, algo pelado, divorciado, sin un peso y sin departamento por no pagar el alquiler, lo que lo lleva a vivir con su propia madre. Pero la filosofía (o la televisión) hace milagros y Merlí no deja de seducir a mujer que se le cruce. Para complicar las cosas, de golpe y porrazo Merlí se encuentra que debe hacerse cargo de su hijo adolescente y no solo eso: lo debe tener de alumno. Si se trataba del antiguo problema del maestro y sus discípulos, entonces aquí va por partida doble. ¿Hay alguna cosa que los padres les puedan enseñar a sus hijos? ¿Cómo? Mientras tanto en Dinamarca, Rita. Rita es una atractiva mujer de unos cuarenta y pico que impone respeto con su solo andar, fumadora, sexualmente muy activa y sin muchas barreras (sin ninguna barrera), madre divorciada de tres hijos adolescentes, muy escéptica respecto al amor, enfrentada con las convenciones, la autoridad en general y todo lo que le huela a corrección política como excusa. Le sucede ser maestra de escuela y como tal, modelo de conducta. Rita, como Merlí, es el nombre de otra ficción que el Zeitgeist (espíritu del tiempo) coloca de forma contemporánea en la pantalla de Netflix. Difícil la elección, pero después de todo no tenemos por qué elegir entre papá y mamá.
De Merlí sabemos que enseña filosofía porque no sabe o no puede hacer otra cosa. Porque es su pasión (un nombre distinto para hablar de obsesión). De Rita no sabemos bien por qué trabaja de lo que trabaja y ese es un pequeño escándalo. Es la gran pregunta. Se pasa todo un episodio tratando de responder esa cuestión para llegar a la siguiente respuesta provisoria: defender a los hijos de sus padres. Los padres, ese gran flagelo. Merlí es un irreverente porque es filósofo; Rita porque tiene demasiadas situaciones personales no resueltas. Ya sabía Freud que neurosis y filosofía (deberíamos agregar religión) compartían raíces. Rita y Merlí, dos mal encarados a su modo, recuerdan un poco (solo un poco) a ese otro gran malhumorado de la pantalla, Dr. House. Es cierto que Merlí es un seductor nato (Rita seduce por otros medios), pero su compromiso con la verdad no es menor. Una verdad que no es ni inmortal ni relativa, a la verdad hay que salir a buscarla y ensuciarse para ello. Como House, que salía del hospital y se metía en la casa de sus pacientes, Rita y Merlí salen de la escuela y se meten en la casa de sus alumnos.
En el comienzo Merlí vuelve a la casa de su madre. Allí desempaca Merlí sus cosas y entre ellas un gran retrato de Nietzsche que cuelga en la habitación como un adolescente cuelga el póster de su artista favorito. A Rita los hijos le piden que madure. Todo parece estar un poco patas para arriba. Antes los padres negaban la sexualidad de sus hijos, ahora son los hijos quienes andan avergonzados de la sexualidad de sus padres. O lo que es lo mismo, la sexualidad de los maestros. El gran problema es cómo mostrarse humano sin perder autoridad, cómo permitirse la duda sin perder la credibilidad, cómo mantenerse joven e inmaduro sin que eso sea sinónimo de infantilidad. Merlí tiene de aliados a los grandes filósofos del pasado. Cada episodio lleva el nombre de uno (o una escuela) que viene en su auxilio: Aristóteles, Platón, Epicuro, Hume, los escépticos, los sofistas y hasta Foucault. Rita está un poco más desvalida, tiene solo a sus hijos de quienes aprender y poder así enseñar. Es que Rita después de todo es mucho más desconfiada de la autoridad.
Ambas series presentan por igual personajes típicos y algo estereotipados contrastados con diálogos y situaciones frescas que nos hacen sonreír y que se realzan justamente sobre este fondo. Seguramente ninguna de las dos series pasará a la historia por sus innovaciones visuales, de estructura o temática, pero justamente se asientan en recursos bien establecidos para contar historias creíbles y que consiguen un alto nivel de identificación. No son lo mismo las cosas en Cataluña que en Dinamarca. Tampoco la corrección y la incorrección política en cada lado. Son interesantes las distintas maneras en que la ficción indaga en las conductas y prejuicios, plantea los problemas e inventa las distintas soluciones. Catalán y danés, dos nuevos idiomas para viejas y renovadas historias perennes.
Fuente: Revista Ñ – Clarin.com