Violencia virtual en jóvenes y adolescentes
Por Raúl Martínez Fazzalari y Sergio Zabalza
Existen tres características que distinguen la violencia y el acoso escolar acontecidos en medios electrónicos: el anonimato del acosador, la multiplicación y difusión de la ofensa y el contacto permanente con la víctima. Esto dificulta la manera de combatir o intentar erradicar estas prácticas. Si en los acosos por medios físicos se debe contar con dos o más personas en un mismo ámbito, en el ciber hostigamiento la presencia virtual del acosador es constante.
Estudios recientes han observado que uno de los principales factores de goce del victimario es la existencia de testigos al ejercer la violencia. El grabar las burlas, los golpes e insultos no sólo se materializa en el ámbito físico sino que se ramifica, y lo registrado es difundido casi al infinito en los celulares.
El acoso tiene lugar cuando se da un comportamiento agresivo y reiterado contra alguien en desequilibrio de poder real o aparente. Este puede ser físico, virtual, verbal o grupal. Un relevamiento llevado a cabo en 2016 por UNICEF encuestó a más de 100.000 niños y adolescentes del mundo. Los resultados dieron que 9 de cada 10 creían que la intimidación es un problema. De ellos, dos terceras partes dijeron que habían sido víctimas de acoso. El 25% lo había sido a causa de su apariencia física; otro 25%, por su género o sexualidad; casi un 25%, por su origen étnico o nacionalidad. Cuatro de cada 10 no informaban a nadie ya sea porque tenían miedo o vergüenza. Menos de 1 de cada 10 lo contó a un docente.
Programas implementados en otros países recomiendan el abordar los casos de manera inmediata en el aula y proporcionar a los docentes formación sobre la temática.
La clave del poder que el abusador ejerce sobre su víctima radica en la habilidad con la que el perverso hace creer a la persona sometida de que la misma es responsable de los hechos, intercambios y palabras en que consistió el abuso (dale, si te gusta).
De allí, el bloqueo que los chicos suelen experimentar para contar el ataque que han sufrido. Un impedimento subjetivo -por lo general bajo la forma de la vergüenza- que se duplica cuando el entorno del púber o adolescente, en lugar de asistir con la escucha y la compañía, reacciona con reproches, enojos o reprimendas.
No siempre corresponde experimentar vergüenza por estar involucrado en una situación clandestina. En efecto, y para citar tan solo un ejemplo: por más que nos descubran, podemos tener muy buenas razones para espiar por el ojo de la cerradura, dice Jacques Alain Miller al comentar un pasaje de El ser y la Nada en que Sartre asocia vergüenza con culpabilidad. Tanto en el terreno de prevención como en el de la reparación, el mejor recurso ante el abuso es una escucha que propicie la palabra.